Pulsé el diminuto botón de la Pokéball, que se hizo más grande. Me puse en pie con decisión, la miré fijamente una última vez y la lancé con todas mis fuerzas contra el suelo. Volvió tan deprisa que tuve que apresurarme a sujetarla. Tras aquel fogonazo de luz blanca había aparecido un pequeño Pokémon que miraba con curiosidad en mi dirección, con la piel brillante y azulada, algo rugosa. Tenía unos grandes ojos castaños y una cola que movía lentamente. Reí escandalosamente, asustando un poco al Squirtle.
- ¡No temas, pequeño! ¡Vamos a ser grandes colegas, tú y yo! - me acerqué a él y le acaricié la cabeza, nunca había sentido algo como aquello - ¡Creo que te llamarás Bloki! ¿Tienes hambre?
Le ofrecí una de las galletas medio aplastadas que tenía en el bolsillo lateral de mi mochila. Bloki la agarró con su pequeña patita, la olfateó y se la comió con rapidez, diciendo algo como "Scuer, scuer". Le palmeé el caparazón con energía.
- ¡No puedo esperar a combatir! Te gustan las batallas, ¿verdad? - la tortuga sonrió y me miró con alegría, dándome un gran vuelco el corazón - ¡Bien dicho! ¡No se hable más, Bloki! ¡Vamos!
Comencé a caminar deprisa, el pequeño Pokémon me seguía el ritmo a mi lado. Me sorprendió lo bien que se sentía aquel gesto. Tenía la sensación de que no volvería a estar sola. Sonreí mirando al frente con ímpetu y me centré por primera vez en el bosque. Podía escuchar algunos sonidos de hojas y ramas que se partían además de algún gruñido, claramente allí habitaban Pokémon salvajes.
- Estate atento a cualquier cosa que pueda acercarse, Bloki.
El aludido contestó con su gruñido característico y nos adentramos en la maleza.